Viejas cicatrices
Entre susurros...
Por Ariadna P. Paez

FotografíaEs conocida la existencia de lugares  con cierto tinte especial, inmersos en un halo de misterio. Nuestro viejo panteón municipal es uno de ellos, plagado de historias y leyendas que pueden sorprender hasta las mentes más incrédulas.

Este campo sagrado, está envuelto en sucesos que subyacen a través de generaciones comprobando que a pesar del tiempo transcurrido y la modernidad siguen latentes y son factibles de patentizar: ¡el mundo visible se roza con lo místico!

Al obscurecer, ánimas perdidas agitan la noche; susurros estremecedores y siluetas flotantes son protagonistas de eventos que impregnan el lugar y lo convierten en el escenario idóneo para estremecer a quienes se atrevan a ser espectadores de lo paranormal.    

El suceso que narramos a continuación ha sido divulgado por un testigo excepcional: el velador de ese sagrado recinto. Iniciemos:
Una mujer de fina figura vestida de novia se desliza a lo lejos; la madrugada como telón de fondo y el fino murmullo del viento acompañan su caminar; el contraste de sus atuendos blancos y la obscuridad que cobija la noche desentonan agudamente; llegándote cegar por unos segundos.

Ella con su andar pausado junto con su rostro reservado por un elegante tul, producen un escalofrío que te lleva al temor de poder tropezar con la muerte. Su camino ya está definido y al final de su viaje pareciera ser tragada por un viejo pozo ubicado en la parte de atrás del panteón.

Diferentes versiones insinúan que se trataba de una joven de hermosura  extraordinaria, sus ojos azulados y su bien estructurada forma, dicen, hechizaban a cualquier mortal que tuviera el privilegio de admirarla; sin embargo, aún poseyendo estas virtudes, para ella, sólo existía un caballero que era capaz de robarle el sueño y provocarle profundos suspiros; su nombre era Héctor Murillo, amigo de su padre, quien le doblaba la edad y que a pesar que le embargaba el mismo sentimiento amoroso, nunca le correspondió debido a la inseguridad que le provocaba la perfección de su belleza; temía que sus numerosos pretendientes terminarían por robarle su corazón.

La doncella sabedora del porque era rechazada por el único amor de su vida, en un arranque de locura, maldijo su belleza, y sumergió su delineado rostro en agua hirviendo deformándolo de esa manera con profundas quemaduras, creía que al dejar de ser admirada, su amado ya no sentiría mas esa incertidumbre, y podría permanecer a su lado sin ningún temor; no obstante  las cosas no fueron como ella lo previó, Héctor aterrorizado por el aspecto  de su adorada doncella, decidió casarse con su amante, que  había conservado en secreto por varios años; se trataba de una elegante y bella viuda.

A la “quemada”, sus padres quienes eran descendientes de españoles y reconocidos en la ciudad de Morelia, les avergonzó el terrible proceder de su hija y decidieron ocultarla en su habitación. Al paso de los años los lamentos y lloriqueos de la enclaustrada dejaron de escucharse; falleció 15 años después de la tragedia. Desde entonces, todas las noches esta mana de su tumba y se dirige al pozo,  con la finalidad de deshacer las cicatrices de su rostro.